Fin de curso en Santiago de Peñalba
El fin de semana antes de las vacaciones de verano, los días diecinueve, veinte y veintiuno, tuvimos el fin de semana de Seminario en Familia, esta vez en Ponferrada. La peculiaridad de este encuentro mensual del mes de junio fue que ya no teníamos exámenes, ni deberes, ni nada que estudiar para el curso. Por eso fue un fin de semana más divertido y distendido.
Los seminaristas en familia fuimos recibidos en el Seminario Menor por nuestros compañeros internos. Como ese viernes había vigilia de oración por las vocaciones en el Convento de la calle del reloj, la última de curso, nos unimos a esa hora de adoración del Santísimo. Luego volvimos al Seminario, y, después de cenar, estuvimos jugando en la sala de estar hasta la hora de completas.
El sábado rezamos y desayunamos, y nos fuimos a conocer el Castillo de los Templarios. Sólo habíamos pasado por fuera muchas veces, pero por dentro no lo conocíamos, así que dedicamos la mañana a eso. En el transcurso de la mañana, nos comunicaron el fallecimiento de Bernardo González, padre de Bernardo, seminarista menor. Así, a la tarde nos trasladamos a Corporales de Cabrera para asistir a su funeral y entierro. Acabadas las honras fúnebres, nos acercamos a la Colonia “Virgen de las Rivas” para merendar y darnos un baño. Ya de vuelta a Ponferrada, en el Morredero, nos asomamos a una pista desde la que se divisaba Peñalba, nuestro destino del domingo.
Tras la oración de la mañana y el desayuno, con algunos de nuestras familias nos dirigimos a Santiago de Peñalba. Allí nos fuimos a la Iglesia, ese Templo emblemático de la fe católica en El Bierzo, lugar de resistencia a la dominación musulmana de la península ibérica y lugar de enterramiento de Obispos santos de nuestra Diócesis. La guía de la Iglesia nos explicó la fábrica y los avatares de la construcción. A continuación, la celebración de la Eucaristía en la que Don José Antonio nos habló del Evangelio del Domingo en que Jesús nos invitaba a “pasar a la otra orilla”, y explicó que estar en Peñalba ese día suponía pasar de la “orilla del mundo” a la “orilla de Dios”: como lo habían hecho laicos, monjes y obispos en siglos precedentes en aquel lugar. Felicitó a nuestros padres porque, al permitir que nosotros fuésemos seminaristas, estaban haciendo un salto a la otra orilla, la orilla de Dios, el único que nos hace felices. También nos habló de la nueva encíclica del Papa y nos dijo que era un hermoso paraje para alabar a Dios “Laudato si’”, en medio de aquella exuberante naturaleza del Valle del Silencio.
Ese silencio del valle fue roto por los gritos de los seminaristas cuando, tras la Misa, salimos camino de la Cueva de San Genadio, en una entretenida marcha con juegos y bromas bajo un sol intenso. Al bajar de la Cueva, nos fuimos a comer a la sombra de unos castaños en un parquecillo del pueblo. Cada familia llevó una cosa: tortilla, empanada, ensaladilla… y las compartimos a la sombra. Eran las cinco de la tarde cuando tomamos la determinación de irnos, unos al Seminario y otros a sus casas.
La próxima vez que nos veamos, será en el Campamento de Monaguillos de Corporales, en su edición número veintiséis. Os pedimos que recéis por los frutos de esta edición del Campamento, a ver si de los niños que participan Jesús invita a algunos a ir al Seminario Menor.